El ‘problema catalán’ no existe

Sobre el tablero, la competencia de las diferentes denominaciones que hoy pretenden fijar la expresión del conflicto abierto entre Catalunya y España. Utilizo en este post la más repetida históricamente desde la Península, el problema catalán. Contiene, desde mi punto de vista, un error inicial, una suerte de pecado original desde el que difícilmente pueda surgir alguna idea alentadora de futuro: en Catalunya no vivimos en un problema, vivimos en una realidad tejida por una larga tradición cultural, social y política que ha decantado en nación; es decir, una sociedad articulada con conciencia de comunidad. Esto no es un problema y sí la causa de la vitalidad de nuestro país.

Fijémonos en los últimos datos de la encuesta que publicó hace unos días El Periódico de Catalunya. Si hacemos abstracción de siglas, posiciones políticas y dinámicas más o menos coyunturales, vemos que más del 80% de la población ocupa aquello que hemos denominado catalanismo, un espacio central y hegemónico que poco ha variado, en extensión, a lo largo de las últimas décadas. Antes, abrazaba del autonomismo a un independentismo residual; hoy, la horquilla pivota entre un nuevo statu quo de corte federal y la independencia.

El movimiento es la consecuencia de un ejercicio frustrado de soberanía, el referéndum del Estatut, inmediatamente amputado por la sentencia del Tribunal Constitucional. Pero fijémonos, son siempre los mismos. ¿Quiénes gritaron Llibertat, amnistia i Estatut d’Autonomia? ¿Quiénes celebraron la restauración de la Generalitat, el único eslabón que unía República y Transición democrática?  ¿Quiénes han apoyado sin fisuras la inmersión lingüística del catalán en las escuelas? ¿Quiénes hicieron suya una de las máximas de la izquierda catalana, es catalán quien vive y trabaja en Catalunya?

Conviene afirmarlo con contundencia: no existe el problema catalán. Incluso hoy, con todas las espadas en alto, un 80% de los catalanes declaran que la convivencia entre independentistas y no independentistas es buena. En el fondo, porque una gran mayoría podría sentirse satisfecha en ambos bandos y se reconoce unida hacia un objetivo común: plantar cara a un Estado que no reconoce su condición de nación y la maltrata económica y culturalmente.

Es la clase política, catalana y española, la que una vez más no está a la altura. En España, siguen pensando en cómo resolver (o disolver) el problema catalán en lugar de aprovechar lo que acontece para redefinir un modelo de Estado con signos inequívocos de saturación y agotamiento. Su estrategia es la del inmovilismo absoluto. En Cataluña, todo lo contrario: la opción es no hablar de otra cosa y mantener bien agitada la tensión con cualquier excusa. Por cierto, ya lo advierto ahora: existe un riesgo claro de traspasar la frontera del ridículo en los debates que empiezan a sucederse en torno a la definición de la pregunta. Eso es, precisamente, lo que espera conseguir Rajoy y su inmovilismo: un adversario dividido en discusiones bizantinas. Siento decirlo pero discutir hoy sobre estado propio, soberano, o independiente; sobre sí la pregunta es binaria o una encuesta sobre los futuros del país, me parece meterse en el laberinto de lo absurdo del que no sabremos salir.

La consulta es, hoy, el objetivo político. No sólo es un medio para decidir, constituye un momento clave que reconoce la legitimidad soberana de Catalunya. Éste, y no otro, es el motivo de la unánime negativa española porque saben que significa un reconocimiento sin marcha atrás. En el fondo, como en Escocia, se formule la pregunta de una manera u otra, las alternativas serán dos: independencia o un renovado Estado compartido que, necesariamente, deberá ofrecer España. Sinceramente, ni las prisas ni celebrar el éxito de una tercera vía sin que el Estado haya movido ficha parece la actitud más sensata.

Hoy toca seguir empujando, agregando y uniendo fuerzas, sabiendo que en este camino, que ni es fácil ni corto, muchos se impacientarán. Para doblar la fantasía de los oligarcas, como definía Joan Manuel Tresserras hace unos días en el diario ARA, sólo existe la ruta que permitió recuperar la Generalitat: la del espíritu de l’Assemblea de Catalunya, el de la unidad de todas las fuerzas catalanistas sea cual sea su horizonte deseado. Este camino y no otro es el que convertirá el problema catalán en el problema español, la manera de  llevar el debate al escenario europeo e internacional: el verdadero reto del catalanismo contemporáneo.

3 pensaments a “El ‘problema catalán’ no existe

  1. No estic d’acord amb el fet que la convivència entre entre independentistes i no independentistes sigui bona perquè tenen un objectiu comú: plantar cara a l’estat.

    Això és fruit de la tradició democràtica catalana i del mestissatge entre famíles vingudes tant de Catalunya com d’altres CC.AA.

    L’objectiu no és el mateix perquè els independentistes no busquem plantar cara a l’estat: volem constituir-nos en estat i deixar tranquils a la resta d’espanyols amb el seu estat al qual ja plantaran cara ells si volen.

  2. Mira Jordi. l’únic problema de Catalunya és que està administrada per un estat que no l’hi arriba a la sola de la sabata en res, en res, en res. El “Relaxing cap…” que els va costar un milió, ho resumix tot.
    Fa vergonya sentir com estan tan segurs de la seva interpretació de la constitució i tan orgullosos d’aquesta España que s’han inventat perquè Castella continuï xuclant la perifèria. És que a hores d’ara, fa vergonya dependre d’ells, entre altres coses.

  3. L’ altre dia en un programa de música al Canal + van convidar un grup Català que esta fent una gira per tot Espanya a tocar. La primera pregunta que els van fer en una entrevista posterior feia referencia al perquè cantaven en català, consideraven que era un problema, la gent no entenia les lletres. Els pregunten el mateix a tots els que canten en anglès? O és que tothom a Espanya domina l’ anglès? Això també és el “problema catalan”? Creuen que ho fem per fotre algú? Creieu que això és pot canviar? El temps de la pedagogia ja ha passat.

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