Cultura y Europa

Avui faré una intervenció a Llille en un acte electoral del PS en el que m’han convidat a reflexionar al voltant d’Europa i la cultura. La meva intervenció es basarà en el text següent. Europa no ha tingut un paper destacat en l’àmbit de la cultura, potser seria hora de començar a canviar.

Cultura y Europa

  1. Es una muy buena noticia que en el centenario de la primera guerra mundial, se celebren elecciones democráticas para elegir un parlamento europeo. Hoy hay que empezar señalando que pese a todas las políticas de austeridad salvaje, el crecimiento imparable de la desigualdad en el continente, el rescate a bancos y el abandono de los más vulnerables, e incluso, la barbarie de los Balcanes y la timidez actual ante el conflicto en Ucrania, la Unión Europea sigue siendo un buen invento. Aunque solo sea para garantizar la paz en un continente que ya ha sangrado demasiado.
  2. La barbarie de las dos guerras y la gran depresión de los años treinta generó también otro gran instrumento: el estado del bienestar. El árbitro que garantizaba la coexistencia pacífica entre capitalismo y democracia: libre mercado y crecimiento económico, y servicios públicos financiados por una fiscalidad progresiva, como garantía de cohesión social. Hay que añadir que esta combinación virtuosa, que ha generado décadas de prosperidad e incremento progresivo de la equidad social, ha tenido como garante al estado-nación. Es decir, ha sido también una manera de reforzar la estructura política que sigue siendo la más importante en Europa. Recordemos que la UE solo dispone de un presupuesto equivalente al 1% del PIB europeo.
  3. Las políticas culturales en Europa son hijas del estado del bienestar, y son los estados los responsables de su desarrollo. Nacen tras la segunda guerra mundial, con Francia e Inglaterra como referentes ineludibles. Uno con la omnipresencia del estado, el otro a través de una fiscalidad específica que premia a los privados que dedican recursos a la cultura. Ante una crisis global que había conducido a Europa al abismo, la cultura, y las políticas públicas de soporte, son indispensables. En ambos casos, la perspectiva nacional (definir y transmitir un imaginario sobre el que identificarse), prevalece sobre cualquier otra perspectiva.
  4. Europa hasta el tratado de Maastricht no tiene ninguna competencia en este ámbito. Los tratados políticos solo destacan la diversidad como característica principal, lo que conlleva que sea cada estado miembro quien se ocupe de ella. Las apelaciones al patrimonio común, a los valores europeos, queda para las grandes frases  y los momentos solemnes. En realidad la Agenda Europea de la cultura lo dice alto y claro: las políticas culturales son competencia de los estados miembro y la tarea de la UE es simplemente generar algunos programas de apoyo. Actualmente la UE fija tres ámbitos de trabajo: diversidad cultural (existe casi una fijación en los documentos europeos en destacar mucho más lo que nos distingue que lo que nos une), cultura y desarrollo económico (turismo, factores culturales para el desarrollo…) y la cultura en las relaciones exteriores europeas (quizás lo más importante ha sido el papel de Europa en la defensa de la excepcionalidad cultural en los tratados de libre comercio).
  5. Hay que ser sinceros: la UE  ha jugado un escasísimo papel en la articulación de políticas públicas en el ámbito de la cultura. A tenor de la escasa presencia en los programas electorales, no estamos ante una prioridad para nadie. La integración económica no ha sido acompañada por una progresiva integración cultural. ¿Es un error o un acierto? ¿Debe la UE jugar un papel más activo en el terreno de las políticas culturales, o estas han de continuar teniendo su marco central en el estado-nación? En mi opinión, si seguimos apostando por profundizar en la integración europea, sería muy conveniente que además de la agricultura, Europa se ocupara de la cultura. Es decir de generar un espacio cultural común, como tantos intelectuales y diversos países reclamaban en el encuentro de Berlín de hace una década. Es verdad que Europa es diversa, pero tiene un “aire de familia”, aquella sensación de las familias muy numerosas: cada uno posee características propias, pero entre todos ellos hay un algo común. Existe una idea de Europa, para nombrarlo a la manera de George Steiner, y hoy son necesarias unas políticas públicas que permitan que emerja, y sea conocida y reconocida por los ciudadanos europeos. Este es el mejor camino para enfrentarse a los peligros que acechan al viejo continente. La xenofobia y el populismo colocan a Europa como enemigo. Ya se sabe que cuando las perspectivas de futuro se ensombrecen, hay que buscar enemigos a quienes echarle la culpa. Hay que decirlo alto y claro, especialmente en Europa: el peligro no es la diversidad cultural, sino la desigualdad social. La UE, en un mundo globalizado, nos interesa cada vez más a los europeos para construir diques de contención ante los peligros de un capitalismo financiero desbocado. Pero para ello necesitamos más Europa y es dudoso que estemos dispuestos a ceder mayores cotas de soberanía si no reconocemos la existencia de una idea cultural de Europa, de ese aire de familia que nos asemeja y permitiría mayores cotas de integración y políticas comunes. Quizás se trata de construir una Europa como estado de naciones. Como decía Ortega: “Europa es el único continente que es además un contenido”.
  6. Dibujar una agenda política cultural para Europa que supere el síndrome Erasmus (todos aquellos programas que pretenden mover alumnos, piezas de museo, artistas o festivales entre los distintos países europeos), es un reto mayúsculo que no resolverán estas elecciones, pero en el que deberíamos empezar a pensar. La cultura, en lugar de verla como un factor de generación económica, podríamos entenderla como el eslabón que permitiría profundizar en la integración política de nuestro continente. No tengo tiempo ni capacidad para dibujar una agenda política para Europa en el ámbito cultural, pero esbozaré algunos retos a los que debería responder:

    1. Steiner, en su idea de Europa, utiliza el café como metáfora y la presencia de la memoria en el espacio público (en los nombres de las calles, por ejemplo). Ambas ideas nos conducen a la ciudad europea, la que combina las funciones urbanas con la preservación de la memoria y el espacio público. Una política cultural común debería establecer estrategias y normativas que permitieran preservar las ciudades en toda su complejidad. Como ejemplo, sería muy conveniente una regulación común sobre el uso del suelo que impidiera la generación de nuevas “burbujas” inmobiliarias, factor clave para entender la crisis actual y la degradación urbana en muchas ciudades europeas. Mientras el programa Capital europea de la cultura languidece, la vieja ciudad europea se diluye al albur de los envites de un mercado depredador de condición urbana. Hace tiempo que grandes estados han creado ministerios de las ciudades, ¿quizás sea el momento de hacer lo mismo en Europa?      
    2. La integración de las políticas patrimoniales debería favorecer la creación de redes estables y cooperativas entre los grandes centros museísticos europeos. Una historia común exige espacios compartidos para explicar-la. Quizás exista un ámbito específico vinculado al patrimonio industrial, en donde la UE podría hacer una gran apuesta con visión continental. La recuperación del patrimonio industrial es hoy una de las prioridades en muchos países, existe el nexo común de la revolución industrial. Ahí existe una oportunidad de contar de manera común la historia reciente de Europa, entroncada con la memoria de millones ciudadanos europeos. La revolución industrial de finales del XIX condujo al continente a la peor tragedia y como reacción a ella, a las  décadas de mayor prosperidad y progreso social. Con diferencias en cada país pero con una historia común que nos incumbe a todos.
    3. Europa ha jugado un papel destacado en el soporte a la investigación científica, tocaría articular un programa similar para la creación artística. Europa no debería convertirse en el balneario del mundo, en el lugar donde el peso de la historia impide continuar siendo foco de creatividad e innovación. Las políticas europeas están excesivamente decantadas hacia las industrias culturales y el desarrollo económico, es indispensable que el viejo continente siga siendo lugar de pensamiento y producción artística. Un programa global de soporte a las artes y a los centros de producción artística europeos es hoy mucho más importante que garantizar la movilidad entre países.
    4. En relación a la cultura y la economía es urgente homologar los modos de promoción de la actividad económica vinculada a la cultura en toda Europa. Un IVA común que impida el absurdo que está ocurriendo en mi país, una fiscalidad común que favorezca la implicación del dinero privado en la creación y promoción cultural, la protección europea del cine y todas las manifestaciones culturales vehiculadas a través de procesos industriales, una política común en la defensa de los derechos de autor y la adaptación a los retos que plantea el mundo digital… Brasil, (casi 200 millones de ciudadanos frente a los 500 millones de europeos) acaba de impulsar una medida, el Vale Cultura, que podría tener mucho sentido en el ámbito Europeo. Se trata de favorecer las prácticas culturales de los ciudadanos con menor renta, financiado por las empresas que, a cambio, reciben una mejora fiscal. >La medida tiene un doble objetivo: garantizar el acceso a los que más difícil lo tiene, a la vez que generar un gran movimiento económico en torno al sector de la cultura. Son este tipo de medidas las que hoy Europa debe plantearse para realmente utilizar la cultura común como instrumento de integración.
    5. Finalmente hay que señalar que Europa es plural en lenguas, culturas e identidades, sin duda, pero su diversidad va más allá de los antiguos estados-nación, o dicho de otra forma hay más naciones que estados. En un mundo global el reconocimiento a la diversidad real, más allá de la institucional, es una tarea pendiente en la UE. Vengo de Catalunya, una nación con lengua y cultura propia, profundamente europeísta, pero que le gustaría una UE que reconociera sin matices su condición nacional. El catalán, mi lengua, hablada por más de 10 millones de europeos no tiene, aun, la consideración de lengua oficial europea. Una Unión que utiliza el término diversidad en todos sus documentos relativos al ámbito cultural, debiera adaptar el discurso a un contexto en el que su diversidad cultural va mucho más allá de la que representan los estados-miembro.

       

Sirvan estas cinco pinceladas para imaginar una Unión Europea implicada en el desarrollo cultural del viejo continente, capaz de fortalecer el “aire de familia” que se respira en cualquier rincón de la vieja Europa. Y termino con las palabras pronunciadas por Thimothy Garton Ash en el encuentro de Berlín ahora hace una década, el mejor argumento para una apuesta cultural: “la verdadera y sencilla historia de Europa es el triunfo de la libertad”.